Nuestra deuda histórica

Per Wenley Palacios

Volvía Franco de visitar el Plan Badajoz. Su mujer miraba por la ventanilla del coche y comentaba: “¡Paco, qué verde está todo, que bonito!” “Lo que ves --le aclaró el general-- es la Guardia Civil, que protege nuestro viaje”. Otra sátira en aquella época era que el Gobierno del general tenía abandonadas a nuestra ciudad y a nuestra provincia. ¡Claro! --decían--, cuando entra un ministro en su coche por Almenara, lo que ve a través de su ventanilla es una explanada de naranjos en flor hasta el mar y le da sensación de gran riqueza. Esta gente no necesita nada, son muy ricos, --piensa el ministro--, a quien no invitaban a mirar por la otra ventanilla para que viera cómo desde la cuneta izquierda hasta el horizonte todo es secano montañoso muy necesitado.

Así ha sido siempre. En los siglos anteriores, en las últimas dictaduras, nada menos que tres en el siglo XX, y en la reciente democracia. Hemos sido una provincia olvidada. Lo que hemos hecho ha sido por nuestro propio esfuerzo, olvidándonos del Gobierno, ajenos a los tejemanejes de tierra adentro.

Sobre nuestra tierra y a través del mar hemos creado nuestro desarrollo. Un espíritu fenicio nos ha llevado más allá de nuestras costas a vender nuestras naranjas y nuestros azulejos, como de más allá del mar y del aire nos ha llegado el turismo. ¿Qué hemos recibido del Gobierno de Madrid? Cualquiera que tenga más de 60 años que diga lo que nos han dado, en comparación con lo recibido por cualquier otra provincia. Castellón era lugar de destierro y de castigo para militares y funcionarios. Aunque una vez aquí muchos no quisieron abandonar esta tierra mientras vivieron. La ciudad les recibió con su llaneza y su amabilidad, con su clima privilegiado. Muchos somos los que podemos atestiguar que fueron felices en Castellón y entroncaron con familias ya afincadas desde hacía siglos y entraron a formar parte de la soca. Aquí vivieron dichosos y sus cuerpos descansan en nuestro cementerio. Lo que parecía un castigo se convirtió para ellos en una vida placentera.

El aparato de Génova ha previsto un dorado futuro para Alberto Fabra y le ha nombrado cardenal in rectore cuyo alto destino aún no ha desvelado, por eso ahora tiene tanto peso en la Comunitat Valenciana. Para el año en curso le van a mandar --esperamos que no tarden-- 400 millones de euros para infraestructuras de educación, sanidad, cultura y accesos a la ciudad. Alicante se lleva 600 y Valencia 1.000 millones. Esta vez hemos rascado y nuestra ciudad ha sido la privilegiada contando lo asignado por habitante. Bien por nuestro alcalde.

Pero históricamente hemos sido menospreciados por el Gobierno central en las asignaciones que han llegado a Castellón, tanto para la ciudad como para la provincia. Somos la cenicienta de las ciudades y provincias españolas. Andalucía se inventó el cuento de la deuda histórica, basada en un supuesto pillaje a su riqueza y se ha llevado, tras mucho llorar, 1.200 millones de euros. La gran muñidora del presupuesto nacional, Cataluña, que pactó 450 millones de euros, ni se sabe cuantos se ha llevado con el truco de la financiación autonómica. A los vascos les hizo un decreto provisional Cánovas del Castillo en 1878 y se fue renovando hasta hoy. Cobran todos los impuestos y dan un cupo --“cupito”-- al Estado.

Va siendo hora de que los socialistas, en lugar criticar al Ayuntamiento y a la Diputación, se marquen el tanto de calcular y reclamar a sus socios de Madrid la deuda histórica de Castellón. Seguro que el PP no les critica y se pone de su lado. Los castellonenses también.

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Pero es el caso que Valencia no quiere ser otra cosa que Valencia. Su lengua, la valenciana, difiere lo bastante de la catalana para poder permitirse gramática y vocabulario propios
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