¿Universidad o aprisco?

Per Obdulio Jovaní Puig

Un periodista recién acudido al oficio, estrenándose en un nuevo diario de Valencia, publicó una frase que, muy sagaz, pescó al vuelo durante la inauguración de una exposición homenaje a Sanchis Guarner en la Universidad, aquel santón que con Fuster, Valor y Estellés, conforma los «cuatro angelitos guardan mi cama» de la jaculatoria que cada noche rezan los fieles del nacionalismo «baixant de la font del Gat»... La frase la dijo el rector a la presidenta de la Academia Valenciana de la Lengua, de tal a cual: ¡He leído el nuevo periódico y me ha dado mucha risa el acento de su cabecera!, o algo así. El rector, reelegido gracias al somatén que vigila y decide en «estos que aquí ves, oh Fabio, ay dolor, claustros de mezquindad, mustio mercado, fueron ayer de Valencia universidad famosa...», digo que el rector se detuvo a mitad de camino en la evolución de la jocosidad, que algunos ya estamos en el carcajeo, estadio superior, solazándonos en él desde los años de la transición en que la Universidad volvió a ser morada feudal, aplicando a la cultura el derecho de pernada a favor del conde de Montjuich, que ya se sabe que cuando un monte se quema, algo del conde se quema. Aquella Universidad se retranqueó, volvió al cercado y al taparrabos, abandonó España -¡hasta en sus membretes!- se situó en (l´Horta), y allá comenzó a cultivar, en los caballones de la poquedad -al tiempo que arrancaba de raíz las dudas enriquecedoras, las discrepancias, las disidencias y las tesis generadoras de las contrarias- los sofismas los axiomas, los trágalas, las inmersiones, los argumentos a palos, volviendo a los caducos apotegmas de la escolástica medieval... magister dixit, magister reffero; en cristiano....¡lo dijo Blas, punto redondo! Y se hizo doctor honoris causa a cualquier Ramonet el de la manta con tal que paciera en las majadas del conde donde borreguean los doctores y balan los fieles... Comenzó el carcajeo cuando un grupo de cuatribarreros de muceta y birrete tomaron al asalto el aprisco de la calle de la Nave, arriaron la sapiencia e izaron una bandera, derivando hacia una enseñanza que proclamaron «irreversible» ¡en una Universidad!, metieron el cuezo en todos los antruejos del poder, tonsuraron y apesebraron a una famélica legión de personajes en busca de sopeador: se encaramaron sus cow-boys en peana y ahí siguen de oligarcas, arrebujados en su fe de convictos, marcando falta o bona...

Más allá de la risa, durante años nos carcajeamos de una lengua de tan escasa virtualidad que para hacerla valer la acompañaron siempre de una guarnición de órdenes, decretos, normas y ucases, con inacabables apelaciones a ¡la ciencia!, convirtiéndola en una especie de supergen que uniera y aglomerara a todos en una única y uniforme unidad de destino. Llegamos al éxtasis del carcajeo cuando la Universidad se llenó de monigotitos de Mariscal, en jocosa seriedad académica.

Creo que el rector es profesor de Química, no sé si orgánica, inorgánica, biológica o física. Realmente se me antoja alquimista, a juzgar por esa química mágica que macera y depura en retortas y alambiques con eso de «el llum», «el costum», «la qual cosa», «allò qué», «el que pasa», «tot i qué», «ela» (l), «ema» (m), «esa» (s), «ena» (n), y «efa» (f).... y otras tantas pedantes cursilerías que tanto agitan con sus maracas filológicas y de las que tantos nos carcajeamos tanto. Tanto que estamos ya en el gaudeamus de la hilaridad...

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Los mallorquines hablan una lengua que es tan antigua como el inglés y más pura que el catalán o el provenzal, sus parientes más cercanos.
Robert Graves

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