Ernest Benach.cat

Per Obdulio Jovaní Puig

Cuentan que a lo que vino días atrás a Valencia el President del Parlament de la «Catalunya estricta», Ernest Benach —¿el originario será Ben-Ach?— cuyo apellido aún lleva a rebufo esa «h» metijona y españolista que ya han suprimido en el Tirant, como la recortarán a no tardar del apellido de Ausiàs —March— que tantas veces la usó en sus poemas; por cierto, apellido este registrado mil veces ¡en SIRIA!; el otro apellido de nuestro ilustre vsitante es «Pascual», sin concretar si deriva del cirio o del cordero, aunque este último apelativo no fuera muy adecuado viniendo de donde vino su titular, de la ensoñada Terra Lliure... ; dicen —y decimos— que vino de inspección a las «Escoles Valencianes» que dirige Diego Gómez —¿por qué no Didac Gomis?— esa quinta columna infiltrada aquí cumpliendo el mandato de Lenin: ¡Perforad desde dentro!; porque aquí tienen puestas sus complacencias allá arriba, aunque no parece sea por extender la «cultura.cat» sino por prospección interesada en busca de refugio futuro, cuando allá sean compelidos a emigrar con sus «mongetes» hasta aquí, la tierra del «fesòl», en cuantico que los vientres de las musulmanas —como anticipara El Gadafi— le den la vuelta a la demografía, que en ello están, que ya hay 120 mezquitas en Cataluña, más que industrias les van quedando con la deslocalización permanente de los se fueron ya y de los que se van a ir donde no sufran la infamante descontaminación nacionalista.
 
El caso es que muchos de los que verán obligados a emigrar —en El Bulli de Ferràn Adrià se servirá cuscús y cordero desangrado— encontrarán aquí el amparo de muchos colaboracionistas que saldrán a esperarles —con Eliseu Climent a la cabeza de la recua— con enramadas de murta, palmeras afiligranadas y dátiles del Huerto del Cura de Elche.
 
A tantos de aquí a quienes se les ha enseñado una Historia excesiva, vulnerada y encogida, de ciclo corto y selectivo arrancándola toda de Jaime I y relegando todo lo anterior a la Prehistoria, sea de iberos, de fenicios, de romanos o de árabes, en esas escuelas —en las que se ideologiza a los alumnos, como escribiera Fuster, por una vez lúcido sin embotar por el Cardhu 10 years— a esos no les han contado que hubo emigrantes catalanes repoblando Andalucía, y Castilla, y Cuba más tarde, donde algunos dejaron buena huella —Bacardí, Partagás...— y mala, muy mala otros, tantos fueron los negreros que trajeron a casa sus dineros —negros, claro— dedicándose a financiar parques, como hiciera la familia Güell y otras más, que aún hoy reconocen cierta empatía del independentismo catalán con el régimen cubano, pregúntesele a Carod-Rovira...
 
Algunos de los que entraron antes por Tarifa, están entrando ahora, con o sin papeles, por aquí, por allá y por acullá. Algunos volverán a Flix, en Tarragona, donde en 1320 su población aún era toda «sarracena» como se lee en la transcripción de la historia del cátaro Belibaste, que por allí cruzó el Ebro, como así se describe en el procedimiento de la Inquisición que se le siguió en Francia.
 
El «.cat» ha crecido últimamente —no faltan pueblos valencianos que lo usen, aunque muchos más llevan la media luna en su escudos municipales—; la identidad ha alcanzado al código de barras que identifica a Cataluña y no a España. Buena indicación para no comprar esos productos.

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Cómo no va a ser el valenciano un idioma si fue la lengua de un Reino
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