La trampa catalanista en la Corona de Aragón

Per Pere Martí i Martínez

Que quede claro de antemano, que no voy a ser yo el que niegue el hecho diferencial de los catalanes (que por otra parte lo tienen), ni me voy a meter con los catalanistas, tampoco es mi interés, y mucho menos el objetivo de estas líneas, porque sinceramente considero que tienen todo el derecho del mundo a serlo. Pero eso sí. ¡En Cataluña!... y no fuera de su histórico y actual marco territorial. El expolio cultural, histórico, representativo e incluso hegemónico que durante décadas el “catalanismo” viene practicando, afecta gravemente a las actuales Comunidades Autónomas de Aragón, de Baleares, y de Valencia.

Antiguos “Estados”, que junto a los condados catalanes y otros reinos y ducados desperdigados por el Mediterráneo fueron y conformaron lo que en su día se denominó la Corona de Aragón. Y es que hay que tenerlo muy claro, si hubo una “Corona” fue aragonesa, y si hubo un reino “cabeza” fue el de Aragón; seguido jerárquicamente de los demás estados según su preponderancia. Lo de la “Confederación Catalana-Aragonesa” es otro invento catalán, una “nueva acuñación” que aparece como título de un “pseudotrabajo” de Antonio de Bofarull i Brocà, premiado por el Ateneo Catalán en 1869, donde ya quedó patente que le podía más el corazón y el romanticismo que la realidad histórica. Ya que por mucha categoría que pudieran tener los condados catalanes, influencia y peso político en el conjunto de la Corona de Aragón, no se puede dejar pasar que eran sólo eso, unos condados, que por mucho que se quiera, no podían tener más rango, poder, influencia, estatus, privilegios, honores, prestigio…, que un reino o un ducado. La separación de los territorios en “Estados” define la relación y los lazos de subordinación que en un momento dado pudieran establecerse. Recordemos, pues, el Tratado de Corbeil (1258), acuerdo firmado entre los monarcas de Aragón y Francia, por el cual los aragoneses renunciaban a sus dominios en el sur francés y los “francos” (Luis IX) renunciaban a sus derechos feudales sobre los condados catalanes. Pero no, ahora va y resulta que el “estudio moderno” de la historiografía le da un papel a Cataluña que nunca ha tenido, dándole incluso más supremacía que al propio reino “cabeza” de Aragón en todos los ámbitos, desde el militar, pasando por el político, el económico, el demográfico, el cultural, el lingüístico, etcétera.

Robando la titularidad de la propiedad de la Corona de Aragón, dado la existente y más que sospechosa “insistencia e interés” de hacer de Cataluña la cuna de la antigua Corona de Aragón, ya que por sistema se antepone el gentilicio catalán al aragonés al hacer mención o nombrar en la actualidad, por sistema y “modernamente” a la conocida “Confederación catalanoaragonesa”, o a cualquier otra cosa que tenga que ver con ella. Francamente… bastante sintomático. De hecho, se llega a decir hoy en día sin ningún tipo de rubor, que la Corona de Aragón nace de la unión de los catalanes y los regnícolas aragoneses en el siglo XII (1137), cuando fue sólo una unión dinástica, y no es hasta 1258 y por el Tratado de Corbeil cuando los territorios catalanes pasan definitivamente a rendir vasallaje y a depender única y feudatariamente del reino “cabeza” de Aragón. La corona existe cuando existe un reino o monarquía, no cuando hay un condado o condados, la Corona de Aragón aparece desde el momento en que existe un reino de Aragón, y esto ocurre con Ramiro I, hijo de Sancho “el Mayor” que fue el primer rey de Aragón (1035). Es decir, el reino de Aragón nace 102 años antes del matrimonio de la reina Petronila de Aragón con el conde catalán Ramón Berenguer IV, y 223 años antes que el Tratado de Corbeil. De todas formas es conveniente tener claro, que son los condados catalanes los que pasan a la realeza de la monarquía aragonesa, y no los aragoneses al “humilde estatus, y modesta clase condal”. No se puede crear la Corona de Aragón en 1137 con el matrimonio de Petronila y Ramón Berenguer porque ya estaba creada.

Pero esta tergiversación vergonzosa llega entre otras razones, a la apropiación categórica de la bandera aragonesa de cuatro barras rojas sobre fondo amarillo, armas de los antiguos reyes de la Corona de Aragón e insignia de las más antiguas de toda la antigua Hispania medieval. Por sí misma, es “señal” común a todos los estados miembros de dicha corona, pero ha pasado a ser el distintivo “nacional” catalán por excelencia, cuando si a algún pueblo le corresponde dicho símbolo por derechos históricos, y de antigüedad, es al pueblo aragonés.

En fin, todo un despropósito, ya que la apropiación indebida llevada a término por los “catalanistas” ha afectado a todo desde los: títulos nobiliarios, la heráldica, la vexilología, las gestas y leyendas, los hijos y prohombres, los reyes, los topónimos, la gastronomía (a donde han llegado a incluir la paella), las fiestas y tradiciones (fallas catalanas), la literatura y la lengua valenciana, los episodios históricos, las conquistas militares (de toda la corona) y cualquier otra cosa que puedan a costa de otros engrosar su ego y ficticio patrimonio nacional catalán. Ya que el ánimo “catalanista” es tan fuerte e imperialista que trasciende fuera de la actual Comunidad catalana, llegando incluso a anexionarse unilateral y parcialmente todo aquello que sin ser catalán lo consideran “made in Catalonia”. Pero, sobre todo, lo que más se estima es el tener la “primogenitura” de todo sobre todos, ya sea esta relevancia verdad o mentira. Porque si es mentira, la hacen verdad a base de repetirla o a base de la adulteración más vergonzosa, y si es verdad la sacan de contexto hiperbolizándola. Pretensión anexionista que no tiene honra ni dignidad, porque sino ¿qué calificación tiene aquella acción que busca para sí misma apuntarse éxitos y méritos que no le son propios? Esta aptitud es la que convierte al catalanista en un “pancatalanista”, palabra o acepción compuesta del prefijo griego “pan” que significa “todo” y que intenta definir la tendencia del que considera que todo es catalán, originario del catalán o parte de Cataluña y, en consecuencia, perteneciente directa o indirectamente a este pueblo.

El deseo por hacer de Valencia y las islas Baleares un apéndice de Cataluña, nace hace décadas, cogiendo cuerpo y forma en la manida y falaz teoría de los “Países catalanes”. Por eso considero, que toda idea que pretende catalanizar lo valenciano, esconde un interés pancatalanista abocado a defender la unidad histórica, social, cultural, lingüística, geográfica, política, y económica que fundamente la falsedad de que los valencianos y los naturales de Baleares “somos” catalanes o, en el mejor de los casos, una “subespecie” de la “gran nación catalana”. A este respecto, la historia y la realidad nos dice que si una colectividad determinada asentada sobre un territorio tiene la misma lengua y la misma cultura que la que tienen el pueblo vecino, se tiende a identificarlos a medio o largo plazo como al mismo pueblo, y acabará por asumir el pueblo anexionado (en este caso lingüística y culturalmente) los mismos símbolos identificativos que los que identifican a los anexionistas. El fuerte (el anexionista) se impone al débil (el anexionado). En este sentido, el pueblo valenciano continúa manteniendo una importante resistencia, aunque los ultrajes se suceden día sí y día también, ante la pasividad de nuestros representantes políticos y de nuestro Gobierno de la Generalidad valenciana. Circunstancia a la que desafortunadamente estamos aburridos y acostumbrados. En Valencia tienen muy claro, desde hace años, lo que quieren y necesitan hacer, de la misma manera que en todos aquellos lugares a donde han querido “sacar el jugo”. El primer “agujero” es conseguir la unidad de la lengua, que para los nacionalistas catalanes es irrenunciable, ya que sin esta unidad lingüística no hay “País valenciano” que les valga y, en consecuencia, “Países catalanes” que existan. Bueno, les quedaría la “Cataluña insular” que tanto quieren en la televisión autonómica catalana (TV3). Los pancatalanistas, ya sean valencianos, catalanes, baleares, y si los hay andorranos y alguerenses… justifican esta “apropiación indebida” argumentando que todos somos el mismo pueblo, que todos nacemos y evolucionamos de una raíces catalanas. “Malentendiendo” así el derecho, el espíritu y la historia de la antigua Corona de Aragón de la que fuimos todos parte integrante.

No podemos olvidar que el fin que se persigue no es otro que hacer y construir una “nación catalana” a costa de otros pueblos que constituyen por sí mismos naciones históricas. Y esto pasa queramos o no por la unificación lingüística y cultural, que daría paso a otras reivindicaciones más ambiciosas que en un futuro estoy seguro de que se plantearían. Si es que no se han planteado ya. Todo es bueno para los pancatalanistas y acólitos de esta corriente con tal de conseguir este fin.

Por todo ello, considero que es de justicia oponerse a una corriente tanto política como cultural (la pancatalanista) que quiere mitigar y desintegrar el hecho diferencial de otros territorios históricos que poseen tanta o más gloria que el pueblo catalán, siendo esta postura ideológica antidemocrática y totalitarista, además de déspota, anexionista, insolidaria, egocéntrica, injusta, destructiva, falaz… ya que sin ningún tipo de hegemonía histórica (ni de ninguna clase), lucha por imponerse a los demás pueblos de su entorno sin el más mínimo derecho natural.

Pere Martí i Martínez es miembro y profesor de Lengua y Cultura valenciana de Lo Rat Penat.

El present articul fon publicat en el diari "La Razón", el divendres, 01/03/2002, en la pàgina 44, secció "autonomías".

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