Carod I el Reconquistador

Per Obdulio Jovaní Puig

En su novela «1984», George Orwell hace llamar ministerio de la paz al ministerio de la guerra, un ejemplo de la manipulación de las palabras: «si se simplifica el idioma, se libera una de las peores locuras de la ortodoxia». La ortodoxia -escribe Víctor Alba en «Historia social de los intelectuales»- es en el fondo un esfuerzo para evitar la comprensión de la realidad, para sustituir la imagen de la realidad por una imagen prefabricada que responda, no a los hechos, sino a los deseos de que los hechos sean de una determinada manera».
 
En una emisora de TV, de tantas que informan en escorzo, ladeadas, mostrando una sola cara de las cosas, se programa estos días, una y otra vez la «censura franquista» del cine de su tiempo, proyectando incluso algunos de aquellos cortes; felizmente se conservaron. En cambio, los archivos de mi pueblo, de larga historia, con documentos del siglo XIII incluso, cuya relación completa tengo, fueron quemados en la plaza, con los libros del Registro de la Propiedad y la colección de la Enciclopedia Espasa. Así se hizo con centenares de archivos. Pero eso no se contará. Tampoco se contará que la censura en tiempos de la República «cerró» 150 periódicos y revistas.
 
De las Brigadas Internacionales se cuenta y no se acaba. Entre cantos a la libertad de aquellos luchadores, de quienes les cantaron tanto escribió Madariaga: «Adolescentes de todas las edades y naciones que, armados de máquinas de escribir, invadieron España en 1936 para no ver en ella más que lo que ya traían en sus ojos, ingenuos e ignorantes». Ninguno de aquellos efebos de la pluma transcribió la carta de André Marty, jefe de las Brigadas, a su Comité de Paris: «Pretendían continuar en Albacete las criminales empresas que habían llevado a cabo en otras partes. Una vez detenidos, se escapaban del campo de concentración, agrediendo y matando a los centinelas. En vista de esto no he dudado en ordenar las ejecuciones necesarias. Esas ejecuciones, en cuanto han sido dispuestas por mi no pasan de quinientas, todas ellas fundadas en la calidad criminal de los afectados». Nada de eso se cuenta en ese «Ateneo Republicano» que adoctrina en las aulas universitarias de la calle de la Nave de Valencia. ¿Universalidad o reduccionismo?
 
Con las alforjas a rebosar de ortodoxias, cabalga sobre un arquetipo identitario Carod I, dispuesto a reconquistar lo que nunca fuera suyo. Aquí y allá, para complacer su infatuación, va abriendo embajadas como quien abre chiringuitos. Una para su hermano, claro. ¿Carod II? Vendrá por aquí, donde solía, otra vez a recoger la cosecha, que por eso lleva tanto tiempo sembrando en tantas mentes baldías de escuelas, institutos y universidades. Hace años que vino -la financiación a cargo de Eliseu Climent, «almoiner major del Regne» - ofreciéndonos bonos de los Países Catalanes. Tan poco éxito tuvieron que recularon y reaparecieron hace poco con la Corona de Aragón como señuelo, que en ello están ahora -a punto de hacer suya «La Franja», copiando el modelo hitleriano aplicado en Austria, ¡Hablan alemán luego son alemanes!, traducido aquí por «catalán y catalanes». Ahora retoman la reconquista renunciando, de boquilla, a que el «catalán» sea la lengua madre, proponiendo una vez más al Consell que se integre en el «Institut Ramón Llull», una especie de ITV cultural, en el que acaban de ingresar «Les Illes».
Su propósito, bien se sabe, es el de integrarnos a los valencianos en esa prosaica unidad de destino en la balanza fiscal. Es lo de siempre, «la pela es la pela».

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Nadie podrá asegurar que el valenciano y el mallorquín sean dialectos del catalán en el verdadero sentido de la palabra. Los tres se han desarrollado con absoluta simultaneidad de tiempo y divergencias léxicas, sin influirse mutuamente
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