Un Mensaje Eterno. Capítulo 3

Per Eliseo Forcada Campos

Nada divide tanto a los judíos de los cristianos como la muerte de Jesús en el Calvario. Jesucristo, antes de su muerte, sufrió muchas persecuciones que pusieron en peligro su vida. Indignados sus paisanos porque no hacía en su tierra los mismos milagros que en Cafarnaun, lo sacaron de la ciudad y llevándolo a un precipicio, querían arrojarlo a un abismo, pero Jesús huyó de sus manos (Lc. 4,16). La confesión explícita de su divinidad encendió tanto el odio en sus enemigos que algunos cogieron piedras para apedrearlo como blasfemo.

Todavía no había llegado su hora. Más el odio iba acumulándose de día en día. Los “judíos“ son para San Juan no todo Israel, sino tan sólo los jefes que dirigían al pueblo.

Predicando en Perea, que pertenecía a los dominios de Herodes, se acercaron unos fariseos y le dijeron “Sal y vete de aquí porque Herodes quiere matarte” (Lc. 13,31).

Sin embargo Herodes no intervino en la muerte de Jesús. Presentado ante él, se limitó a mofarse del reo, tal vez porque lo creyó con pretensiones a la realeza. Tampoco Anás parece responsable directo de la muerte de Jesús. Había sido sacerdote y después de él, ostentaron la misma autoridad sucesivamente sus cinco hijos. Por último pasó el poder a su yerno Caifás. Anás sometió a Jesús a un interrogatorio ilegal, ya que era el Sanedrín el que tenía jurisdicción para toda inquisición judicial.

Es difícil precisar la responsabilidad de los enemigos de Jesús en su muerte. Caifás aconsejó este castigo y se lo hizo saber al Procurador Romano (Jn. 19.14), Pilato, que según confesión propia tenía en sus manos la vida o la muerte del reo (Jn. 19,1º) “…se lo entregó para que fuese crucificado”. Estos son los hechos, pero Jesús trasciende la Historia y bien sabemos que ha muerto por los pecados de todos. No son los judíos responsables de la muerte de Jesús más que en la medida en que lo hemos sido todos. El mismo Jesús, como todos sabemos fue un fiel miembro de su propia comunidad “no vengo a cambiar nada de la Ley sino a cumplirla”.

El pueblo judío ha considerado siempre el deicidio como su mayor afrenta. Los culpables, dice, fueron los sacerdotes, escribas y fariseos, algunos de ellos colaboradores con los romanos y traidores a Israel. Las calles de Jerusalén eran tan estrechas, que sólo podemos imaginar un pequeño número de personas pidiendo la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús. Pilato y los romanos son más responsables todavía que escribas y fariseos, porque condenaron a un inocente.

Esta es a grandes rasgos la posición hebrea de todos los tiempos. Según ella San Agustín queda convertido en un injusto acusador.

Eliseo Forcada Campos. Asociación Cultural Cardona Vives

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